Estampas y
recuerdos de Valladolid
La céntrica iglesia de Nuestra Señora de la Paz se
levanta sobre el solar antaño ocupado por el convento de San Felipe de la
Penitencia. Todo tiene su origen en un centro ideado por el dominico Fray
Bernardino de Minaya como casa de recogida para mujeres mundanas y
aventureras, para que en ella expiaran sus pecados. Para tal fin, el licenciado
Medrano cedió una casa en la calle Francos (actual Juan Mambrilla), donde en
1530 se fundó la Casa de Arrepentidas de Santa María Magdalena, administrada
por los dominicos de San Pablo.
Veinte años después, debido al enorme número de
religiosas dominicas profesas, solicitaron ayuda al rey para edificar un
convento de mayores dimensiones, recibiendo del Concejo de la Villa, por orden
de Felipe II, un terreno a extramuros junto a la puerta de Teresa Gil, en el
llamado Campillo de San Andrés (actual Plaza de España). Terminada la
construcción, en homenaje y agradecimiento al rey, el convento se puso bajo la
advocación de San Felipe, con la connotación de la Penitencia. El proceso
culminó en 1605 con la fundación de la Casa Pía de la Aprobación, promovida por la
madre Magdalena de San Jerónimo junto a la iglesia de San Nicolás, un
correccional para "mujeres enamoradas" y centro de vocaciones para
ingresar en San Felipe.
Retablo de San Felipe de la Penitencia |
La espaciosa iglesia del convento de San Felipe de
la Penitencia, de suma austeridad exterior, fue financiada por don Juan de
Valencia y don Juan de Sabauza, que adquirieron el patronato. La cabecera
lindaba con la actual calle de Panaderos, donde estuvo colocado un retablo
encargado a Pedro de la Cuadra que presentaba al santo titular en la hornacina
central, cuatro santos dominicos a los lados, un banco con relieves y en el
ático un calvario flanqueado por dos altorrelieves que representaban la prisión
y el martirio de San Juan Bautista. El convento fue adquirido en 1944 por la
orden de los Capuchinos, que comenzaron a sufrir problemas originados por el
alisamiento y elevación del terreno para construir en la plaza el popular
mercado del Campillo, lo que unido a la mala calidad constructiva alentó a que aquellas
mentes, que alucinaban con el progreso de la ciudad en tiempos del
desarrollismo, pensaran en derribar el edificio y construir sobre el terreno un
nuevo centro religioso y bloques de viviendas anexos a la sombra de la
especulación.
El derribo del convento e iglesia se hizo efectivo
en 1961 y su patrimonio desperdigado. A partir de entonces, los capuchinos se
embarcaron en un delirante proyecto que tendría una enorme repercusión en el
urbanismo de Valladolid. Éste fue encomendado ese mismo año al arquitecto
vizcaíno Pedro Ispizúa Susunaga, que planteó una espaciosa iglesia con aspecto
de auditorio, con planta de trazado trapezoidal y abovedada con el tipo de
arcos parabólicos que tanto utilizara Gaudí con función estructural y
ornamental. La colosal fachada, abierta a la Plaza de España y articulada igualmente
con grandes arcos parabólicos que alcanzan los cuarenta metros de altura,
llamados por los maledicentes como "la tapa del water", hubiese sido
más monumental de haberse culminado enteramente el proyecto, que incluía una ambiciosa
torre más alta que la de la catedral, con su trazado aún destacable sobre la fachada en forma de
retícula blanca, así como una cripta, salón de actos, una
biblioteca en la tercera planta, una capilla en la quinta y dependencias funcionales que
llegan hasta la calle Divina Pastora, todas ellas terminadas en 1963.
El faraónico convento de capuchinos nunca llegó a
integrarse en la fisionomía de la ciudad ni su estética fue bien asumida,
siendo su principal vinculación con la ciudadanía el funcionamiento de un banco
de alimentos y el servicio de ropero para los más necesitados. Pasados 50 años de
actividad, en 2004 la iglesia dejó de ser parroquia y en 2012 los capuchinos,
acuciados por la crisis vocacional, decidieron poner en venta tanto la iglesia
como el edificio de siete plantas, oferta que se ha hecho pública recientemente
en la prensa local en una época marcada por una fuerte crisis económica.
Desconocemos el incierto destino que tendrá el
edificio, en otros tiempos blanco idóneo para las inexorables instalaciones
bancarias, aunque incita a soñar que en él bien pudiera instalarse el
proyectado casino que acabará con el Cine Roxy, la única sala que permanece en
activo con su propia personalidad, cuyo futuro también parece sentenciado y herido de muerte. Y
todos nosotros tan tranquilos, pues en el pecado llevamos la penitencia.
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