SARCÓFAGO DE
LA ORESTÍADA
Taller de Roma
Mediados
siglo II d.C. (entre 126 y 175)
Mármol
Dimensiones: 2,04 m. longitud; 0,57 m. altura; 0,66 m. anchura
Museo Arqueológico
Nacional, Madrid
Procedente
de la Colegiata de Santa María de Husillos (Palencia)
Escultura
funeraria romana importada a Hispania
Una de las mejores muestras del arte funerario
romano halladas en España es el sarcófago que, procedente de la población de
Husillos (Palencia), se conserva en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid.
Se trata de uno de los sepulcros romanos más antiguos y de mayor calidad de la
Hispania romana, seguramente importado de un taller de Roma en el siglo II, en
tiempos de Adriano, por algún destacado personaje de la sociedad hispano-romana
instalado en la meseta castellana. Está labrado en mármol blanco y profusamente
decorado con diferentes escenas que muestran en altorrelieve el mito de
Orestes.
Su extraordinaria belleza fue un factor fundamental para su
conservación, pues en el siglo X fue reutilizado en el claustro de la Colegiata
de Santa María de Husillos para el enterramiento de Don Fernando Ansúrez, conde
de Monzón y fundador de la misma. Allí permaneció hasta que en 1870, pese a la
protesta popular de la población palentina, fue trasladado al Museo
Arqueológico Nacional, donde ha sido preservado hasta nuestros días, figurando
en la colección permanente del ámbito romano del recientemente remodelado y
flamante museo.
LA ORESTÍADA DE ESQUILO ESCULPIDA EN MÁRMOL
Los relieves muestran episodios del mito narrado
por Esquilo en "Las euménides", tercera tragedia de la Orestíada, cuyo
asunto se relaciona con la muerte vengadora y el posterior remordimiento,
narrando en clave un crimen familiar que origina la intervención de las Furias.
Las escenas, también narradas por Eurípides, se
superponen unas a otras como un relieve continuo, destacando en el centro la
figura desnuda y atlética de Orestes, hijo de Agamenón, rey de Micenas, y de
Clitemnestra, que espada en mano acaba de dar muerte a su madre y a Egisto,
amante de ésta, como culpables del asesinato de Agamenón a su regreso de la
Guerra de Troya. A los pies de Orestes aparece abatida su madre con el torso
desnudo y junto a ella Egisto, con el cuerpo desplomado hacia atrás en el
asiento y los brazos extendidos. Acompaña a Orestes su leal amigo Pílades, que
sujeta una espada y el manto de Egisto.
Dos personajes horrorizados son testigos de la
matanza, una anciana nodriza colocada sobre Egisto, que huye asustada
cubriéndose el rostro con la mano para no contemplar la masacre, y un joven sirviente
agazapado, colocado junto a Clitemnestra, que esconde su rostro tras un escabel
para protegerse de la ira de Orestes. A la derecha, entre cortinajes colgantes,
aparecen dos Furias o Erinias, las temidas diosas vengadoras que perseguían
acosando y atormentando a los parricidas. Una de ellas acerca una serpiente a
Orestes, que espantado gira su cabeza y hace un ademán de protegerse, mientras
que otra porta una antorcha.
La narración continúa en la parte izquierda, donde sobre
un montículo, posible monumento funerario de Agamenón, el perseguido Orestes
aparece de pie, apoyado en una roca y dormido por la fatiga, aunque los
remordimientos le acompañan durante el sueño. A su lado descansan las Furias
que reclamaban venganza y que le hicieron abandonar el país, agotadas por la
incesante persecución. En el extremo derecho aparece de nuevo el joven Orestes,
que tras el rito de purificación y de consultar su destino en el Oráculo del
templo de Apolo de Delfos, pasa sigilosamente sobre el cuerpo de una de las
Furias que dormita recostada en el suelo, gracias a un hechizo de Apolo.
Los episodios de la Orestíada se continúan en los
laterales del sarcófago. En la parte izquierda se relata el juicio de Orestes
en el Areópago de Atenas, ofreciendo el momento en que la diosa Atenea deposita
en la urna su voto favorable a Orestes, gracias al cual el héroe fue absuelto y
pudo regresar a su patria. La historia termina en el lateral derecho, donde
Orestes y Pílades son conducidos maniatados por un guardia escita y condenados
a muerte en honor de Artemisa como final de sus desventuras en Taúride, donde
Orestes reconoció en la sacerdotisa a su propia hermana Ifigenia.
LA PLÁSTICA Y EL RITO FUNERARIO ROMANO
Desde el siglo II, sobre todo durante la época del
emperador Adriano (117-138), se produjo un cambio en el ritual de los
enterramientos del mundo romano por influencia de las religiones y prácticas orientales,
pasando del rito de la incineración y posterior recogida de las cenizas al de
inhumación, lo que motivó la masiva elaboración de sarcófagos en los que los
artistas comenzaron al representar en el frente y laterales escenas de
significación escatológica, con temas referidos al mundo del más allá, con el
deseo de que el difunto fuera purificado por los dioses o bien procurando la
inmortalidad del finado relacionándole con los míticos héroes griegos.
Una práctica bastante frecuente, con un significado
difícil de interpretar, fue la representación de tragedias familiares ligadas a
la muerte vengadora y el posterior arrepentimiento, como ocurre en este caso,
posiblemente para expresar a través de la trágica historia la tristeza por la
muerte de un ser querido y así perdurar en la memoria de los vivos.
Este tipo de sarcófagos fueron bien acogidos sobre
todo por las familias aristocráticas, especialmente por sus posibilidades
decorativas, eligiendo los temas representados en función de sus creencias, oficio,
posición social, poder económico, etc. Después, a lo largo de los siglos, los
sarcófagos adoptaron una variada tipología y diferente temática según el gusto
imperante en cada momento, especialmente a partir de la adopción del
cristianismo.
En el mundo romano la muerte, como en otras
civilizaciones, era algo cotidiano y cercano, siendo una preocupación el
conseguir unos funerales adecuados y una sepultura digna. Para ello, las clases
modestas se asociaban en corporaciones a las que pagaban pequeñas cuotas para
ver cumplido su deseo de honrar al difunto llegado el momento. El cadáver era
preparado y expuesto en el atrio de las casas. En el caso de las clases altas
se sacaba un molde de cera del rostro y se le introducía en la boca una moneda
con la que pagar a Caronte en el viaje al más allá. El finado era colocado en
una litera o camilla para el entierro, con un cortejo fúnebre de músicos,
mimos, plañideras, familiares, amigos y
esclavos que lo acompañaban a su última morada. En el caso de ser un personaje
destacado, se realizaba una parada en el Foro o lugar público para pronunciar
un panegírico dedicado al difunto. Esta procesión fúnebre era también un modo
de manifestar la clase social del difunto, más opulenta y lujosa cuanto más
poderosa y adinerada fuera la familia1.
En el caso de incineración, el cuerpo se colocaba
en una fosa, sobre una pira de leña y posteriormente la cenizas eran
introducidas en una urna que era depositada en un monumento funerario o
enterrada en el suelo. En el caso de inhumación, práctica extendida desde el
siglo II, se le introducía vestido con sus mejores galas dentro de un sarcófago
con tapa que por razones de salubridad era colocado en los márgenes de las vías
y calzadas de acceso a la ciudad, concluyendo el rito con la purificación de la
vivienda por la familia y la realización de una serie de rituales.
Reflejo de aquellos ritos, se cuenta con una
importante colección de sarcófagos romanos que, como en el resto del Imperio,
se utilizaron en la Península Ibérica, siendo los más atractivos aquellos que
muestran escenas historiadas en las que predominan los motivos iconográficos
religiosos y mitológicos, siendo el sarcófago de Husillos uno de los más
notables por la calidad de su labrado y la síntesis narrativa del mito clásico.
Durante la Edad Media, la belleza clásica del Sarcófago de la Orestíada de Husillos
debió de impactar a algunos maestros escultores románicos, que a su modo
reprodujeron en capiteles del entorno geográfico un repertorio moralizante
basado en este mito clásico, con unas figuras portando clámides y espadas,
otras desnudas e incluso Furias enarbolando serpientes. El tema es reconocible
en un capitel que procedente del ábside de San Martín de Frómista se guarda en
el Museo de Palencia, con un estilo que se repetiría en la catedral de Jaca y
se extendería después por todo el Camino de Santiago.
Informe y fotografías: J. M. Travieso.
NOTAS
1 SÁNCHEZ, Mª Ángeles. Sarcófago
romano de Husillos. Museo Arqueológico Nacional. Departamento de Difusión,
Madrid, 2009.
muy interessante y bellisssimas photogrzphias
ResponderEliminarmarc monceaux
Estupenda documentación y relato. Muchas gracias
ResponderEliminarMuy buena documentación, estupendamente narrada y excelentes fotos
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