19 de diciembre de 2014

Theatrum: NIÑO JESÚS TRIUNFANTE, una iconografía para la devoción y la ternura













NIÑO JESÚS TRIUNFANTE
Atribuido a Alonso Cano (Granada, 1601-1667)
Entre 1634 y 1666
Peltre policromado
Museo Nacional de Escultura, Valladolid
Escultura barroca española. Escuela granadina















Las figuras exentas del Niño Jesús conforman un subgénero, dentro de la escultura religiosa, que ha tenido un especial desarrollo en España y en su área de influencia, tanto en Europa como en América. Como tales comenzaron a generalizarse a partir del Renacimiento, especialmente tras el auge que tomaron los temas de la infancia de Cristo, alusivos a su humanización, tras el Concilio de Trento, alcanzando una enorme popularidad y difusión durante el Barroco.
Como imágenes de culto, su expansión está vinculada a las comunidades religiosas femeninas, especialmente a las del Carmelo reformado, después de que Santa Teresa impulsara y propagara esta devoción en sus fundaciones, del mismo modo que San Francisco iniciara y propulsara, mucho tiempo antes, la tradición del belén. Igualmente, San Ignacio de Loyola también ejercería un papel destacado en la difusión de esta tipología a través de sus Ejercicios Espirituales, en los que dedicó varios apartados a meditar sobre los misterios de la infancia de Jesús, contribuyendo con ello a sentar las bases para una devoción en la que, con una concepción humanista, se resalta la fragilidad y ternura de la realidad humana de Cristo.

Como consecuencia, las imágenes del Niño Jesús fueron muy bien acogidas, sobre todo por las religiosas de las clausuras, pasando a formar parte de la dote de las novicias, para las que se convertían en inseparables compañeros de celda y a los que en ocasiones denominaban novio o esposico. Por sus características, la devoción también se propagó por las casas particulares, con enorme éxito entre quienes gustaban de decorar sus oratorios o capillas con temas amables. En un caso y en otro, se convirtió en algo habitual el engalanar las imágenes infantiles con todo tipo de vestiduras, complementos, alhajas y amuletos, formándose en ocasiones auténticos roperos a ellas destinados, que incluso se adaptaban a los ciclos litúrgicos y distintas festividades, logrando con la indumentaria y los múltiples aderezos de los valiosos ajuares que las imágenes adquirieran distintos significados.

Con el tiempo, a estas figuras del Niño Jesús se les fue aplicando un lenguaje artístico que acabó generando una peculiar y variada iconografía, de modo que si en unas ocasiones adoptaban una forma humanizada como Niño del Pesebre, Divino Maestro, Niño durmiente, Niño pasionario, etc., en otras se presentaba de forma más trascendental como Rey de Reyes, Niño eucarístico o Resucitado triunfante, entre otras, conociendo asimismo un sin fin de caracterizaciones a través del uso de postizos sobre la figura desnuda, desde pastor, peregrino o fraile hasta obispo, papa o emperador, a través de accesorios de gran valor etnográfico y antropológico que ponen de manifiesto la sincera relación de la religiosidad con el arte.

En su realización se utilizaron todo tipo de materiales, como el mármol, alabastro, madera, terracota, metales nobles y marfil, sin que faltaran modelos seriados en aleaciones de plomo, papelón o pasta de maíz en América. A esta actividad se dedicaron infinidad de escultores anónimos, pero también los grandes maestros de diferentes escuelas geográficas, creadores de una serie de prototipos que fueron copiados hasta la saciedad, entre ellos Gregorio Fernández en Castilla y Alonso Cano, Martínez Montañés, Juan de Mesa, Pedro de Mena y La Roldana en Andalucía, por citar los más notables.

El Niño Jesús que aquí presentamos responde a la iconografía de Niño triunfante, mostrado desnudo y de pie, bendiciendo con su mano derecha y sujetando un pequeño estandarte en la izquierda que no se ha conservado. Esta modalidad adquirió una enorme difusión a partir de la gran aceptación que obtuvo el célebre Niño del Sagrario, obra tallada en madera por Juan Martínez Montañés en 1607 para la Hermandad Sacramental del Sagrario de Sevilla, verdadera joya de la imaginería religiosa barroca a pesar de su aparente simplicidad. En torno a este arquetipo aparecieron distintas versiones que diseminadas por Andalucía llegaron a causar verdadero furor, lo que motivó la producción seriada de imágenes vaciadas en metal a partir de moldes obtenidos de un modelo creado por un maestro destacado, el granadino Alonso Cano en este caso, según la atribución del historiador Domingo Sánchez-Mesa, un escultor que abordó el tema en pocas ocasiones y cuya imagen original no está localizada1.

Imágenes del Niño Jesús de peltre sin policromar y policromado,
siguiendo el modelo creado por Juan Martínez Montañés
La escultura del Niño Jesús está realizada en peltre, una aleación de plomo con algunas partes de cobre, estaño y antimonio que, por su maleabilidad y bajo punto de fusión —entre 170 y 230 ºC—, permite realizar réplicas a bajo coste a través de un vaciado con un acabado de alta calidad. La textura de su superficie, con un color algo más oscuro que la plata, permite aplicar posteriormente un trabajo de policromía que le proporciona el mismo aspecto que las encarnaciones de la madera policromada.

Esta técnica en material tan maleable supuso un avance en los trabajos de fundición a partir de moldes, una tradición de la antigüedad clásica que fue recuperada en el Renacimiento, especialmente en obras fundidas en bronce. Durante el Barroco, a partir de un modelo realizado en madera, barro o yeso, los vaciados de plomo permitieron hacer de forma seriada esculturas devocionales de discreto formato y fácil comercialización, dando lugar a la aparición en Sevilla, desde finales del siglo XVI, de algunos talleres especializados en esta labor, que competían con ventaja con la elaboración de tallas en madera al presentar, a menor precio, el mismo acabado polícromo en crucifijos e imágenes del Niño Jesús, una actividad de la que Pacheco se queja en 1649 en su tratado Arte de la pintura, su antigüedad y su grandeza. Entre estos artífices especializados se encontraba Diego de Oliver2, que en 1619 se declara "maestro vaciador de figuras en relieve" y en 1629 autor de "niños de plomo".

Buena muestra de todo lo expuesto es este Niño Jesús del Museo Nacional de Escultura, con el peltre recubierto por una encarnación de finos matices y con una desnudez  que en su mayor parte quedaría oculta bajo el vestido. El cuerpo adopta una leve posición de contrapposto clásico al cargar el peso sobre la pierna izquierda, lo que le permite adelantar ligeramente la derecha, ofreciendo con su esbelta anatomía, a pesar de su extrema sencillez, la solemnidad, majestuosidad y nobleza heroica de una escultura clásica.
Su carne es blanda, con el vientre abultado, la curva inguinal y el ombligo bien marcados y la espalda describiendo una airosa curvatura. Su rostro es sereno, acorde con la inocencia propia de un niño, con la frente muy despejada, cejas muy finas, ojos almendrados y pintados, nariz chata y boca pequeña con labios muy perfilados, lo que le confiere una expresión ausente y un tanto melancólica. A diferencia de los modelos montañesinos, el cabello prescinde de los abultados bucles rizados sobre la frente para mostrar pequeños mechones filamentosos, de aspecto ondulante, peinados hacia adelante y formando patillas afiladas.

Presenta una encarnación muy cuidada, con matices sonrosados en mejillas y rodillas, ojos negros y penetrantes y cabello castaño. La figura no reposa sobre una sofisticada peana barroca como suele ser costumbre, sino sobre una sencilla plataforma cuadrangular decorada con molduras doradas y superficies con fingimientos de vetas marmóreas. En las manos y los pies presenta partes deterioradas por su manipulación, dejando al aire la base de peltre. Se aprecian también pequeños arañazos en el cuerpo, producidos por los alfileres utilizados en los cambios de vestido.

Esta imagen del Niño Jesús idealizado se encuadra dentro del arte más amable del repertorio religioso barroco, muestra de lo que fue un objeto de devoción y cuidados sobre la idea de la maternidad, un ejemplo del prototipo andaluz que tanta proliferación tuvo por toda la geografía española, e incluso en Hispanoamérica, orientado a mostrar, a través de una imagen con altas dosis de ternura y melancolía, la inocencia de la infancia de quien había nacido para morir sacrificado.
                       

Informe y fotografías: J. M. Travieso.



NOTAS

1 MARCOS VILLÁN, Miguel Ángel. Niño Jesús. Museo Nacional Colegio de San Gregorio: colección / collection. Madrid, 2009, pp. 216-217.

2 Ibídem.




Alonso Cano. Virgen de Belén, 1655, con el mismo tipo de Niño
Museo Catedralicio, Granada




















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