NIÑO JESÚS
TRIUNFANTE
Atribuido a Alonso
Cano (Granada, 1601-1667)
Entre 1634 y
1666
Peltre
policromado
Museo
Nacional de Escultura, Valladolid
Escultura
barroca española. Escuela granadina
Las figuras exentas del Niño
Jesús conforman un subgénero, dentro de la escultura religiosa, que ha tenido un
especial desarrollo en España y en su área de influencia, tanto en Europa como
en América. Como tales comenzaron a generalizarse a partir del Renacimiento,
especialmente tras el auge que tomaron los temas de la infancia de Cristo,
alusivos a su humanización, tras el Concilio de Trento, alcanzando una enorme
popularidad y difusión durante el Barroco.
Como imágenes de culto, su expansión está vinculada
a las comunidades religiosas femeninas, especialmente a las del Carmelo
reformado, después de que Santa Teresa impulsara y propagara esta devoción en
sus fundaciones, del mismo modo que San Francisco iniciara y propulsara, mucho
tiempo antes, la tradición del belén. Igualmente, San Ignacio de Loyola también
ejercería un papel destacado en la difusión de esta tipología a través de sus Ejercicios Espirituales, en los que
dedicó varios apartados a meditar sobre los misterios de la infancia de Jesús,
contribuyendo con ello a sentar las bases para una devoción en la que, con una
concepción humanista, se resalta la fragilidad y ternura de la realidad humana
de Cristo.
Como consecuencia, las imágenes del Niño Jesús
fueron muy bien acogidas, sobre todo por las religiosas de las clausuras,
pasando a formar parte de la dote de las novicias, para las que se convertían
en inseparables compañeros de celda y a los que en ocasiones denominaban novio o esposico. Por sus características, la devoción también se propagó por
las casas particulares, con enorme éxito entre quienes gustaban de decorar sus
oratorios o capillas con temas amables. En un caso y en otro, se convirtió en
algo habitual el engalanar las imágenes infantiles con todo tipo de vestiduras,
complementos, alhajas y amuletos, formándose en ocasiones auténticos roperos a
ellas destinados, que incluso se adaptaban a los ciclos litúrgicos y distintas
festividades, logrando con la indumentaria y los múltiples aderezos de los
valiosos ajuares que las imágenes adquirieran distintos significados.
Con el tiempo, a estas figuras del Niño Jesús se les
fue aplicando un lenguaje artístico que acabó generando una peculiar y variada iconografía,
de modo que si en unas ocasiones adoptaban una forma humanizada como Niño del Pesebre, Divino Maestro, Niño
durmiente, Niño pasionario, etc.,
en otras se presentaba de forma más trascendental como Rey de Reyes, Niño
eucarístico o Resucitado triunfante,
entre otras, conociendo asimismo un sin fin de caracterizaciones a través del
uso de postizos sobre la figura desnuda, desde pastor, peregrino o fraile hasta
obispo, papa o emperador, a través de accesorios de gran valor etnográfico y
antropológico que ponen de manifiesto la sincera relación de la religiosidad
con el arte.
En su realización se utilizaron todo tipo de
materiales, como el mármol, alabastro, madera, terracota, metales nobles y
marfil, sin que faltaran modelos seriados en aleaciones de plomo, papelón o pasta de maíz en América. A
esta actividad se dedicaron infinidad de escultores anónimos, pero también los
grandes maestros de diferentes escuelas geográficas, creadores de una serie de
prototipos que fueron copiados hasta la saciedad, entre ellos Gregorio
Fernández en Castilla y Alonso Cano, Martínez Montañés, Juan de Mesa, Pedro de Mena
y La Roldana en Andalucía, por citar los más notables.
El Niño Jesús que aquí presentamos responde a la iconografía
de Niño triunfante, mostrado desnudo
y de pie, bendiciendo con su mano derecha y sujetando un pequeño estandarte en
la izquierda que no se ha conservado. Esta modalidad adquirió una enorme difusión a partir de la gran
aceptación que obtuvo el célebre Niño del Sagrario, obra tallada en madera por Juan Martínez Montañés en 1607 para la
Hermandad Sacramental del Sagrario de Sevilla, verdadera joya de la imaginería
religiosa barroca a pesar de su aparente simplicidad. En torno a este arquetipo
aparecieron distintas versiones que diseminadas por Andalucía llegaron a causar
verdadero furor, lo que motivó la producción seriada de imágenes vaciadas en
metal a partir de moldes obtenidos de un modelo creado por un maestro
destacado, el granadino Alonso Cano en este caso, según la atribución del
historiador Domingo Sánchez-Mesa, un escultor que abordó el tema en pocas ocasiones y cuya
imagen original no está localizada1.
Imágenes del Niño Jesús de peltre sin policromar y policromado, siguiendo el modelo creado por Juan Martínez Montañés |
La escultura del Niño Jesús está realizada en peltre, una aleación de plomo con
algunas partes de cobre, estaño y antimonio que, por su maleabilidad y bajo
punto de fusión —entre 170 y 230 ºC—, permite realizar réplicas a bajo coste a
través de un vaciado con un acabado de alta calidad. La textura de su
superficie, con un color algo más oscuro que la plata, permite aplicar
posteriormente un trabajo de policromía que le proporciona el mismo aspecto que
las encarnaciones de la madera policromada.
Esta técnica en material tan maleable supuso un
avance en los trabajos de fundición a partir de moldes, una tradición de la
antigüedad clásica que fue recuperada en el Renacimiento, especialmente en
obras fundidas en bronce. Durante el Barroco, a partir de un modelo realizado
en madera, barro o yeso, los vaciados de plomo permitieron hacer de forma
seriada esculturas devocionales de discreto formato y fácil comercialización,
dando lugar a la aparición en Sevilla, desde finales del siglo XVI, de algunos
talleres especializados en esta labor, que competían con ventaja con la
elaboración de tallas en madera al presentar, a menor precio, el mismo acabado
polícromo en crucifijos e imágenes del Niño Jesús, una actividad de la que
Pacheco se queja en 1649 en su tratado Arte
de la pintura, su antigüedad y su grandeza. Entre estos artífices
especializados se encontraba Diego de Oliver2, que en 1619 se
declara "maestro vaciador de figuras
en relieve" y en 1629 autor de "niños de plomo".
Buena muestra de todo lo expuesto es este Niño Jesús del Museo Nacional de
Escultura, con el peltre recubierto por una encarnación de finos matices y con
una desnudez que en su mayor parte
quedaría oculta bajo el vestido. El cuerpo adopta una leve posición de contrapposto clásico al cargar el peso
sobre la pierna izquierda, lo que le permite adelantar ligeramente la derecha,
ofreciendo con su esbelta anatomía, a pesar de su extrema sencillez, la
solemnidad, majestuosidad y nobleza heroica de una escultura clásica.
Su carne es blanda, con el vientre abultado, la
curva inguinal y el ombligo bien marcados y la espalda describiendo una airosa
curvatura. Su rostro es sereno, acorde con la inocencia propia de un niño, con
la frente muy despejada, cejas muy finas, ojos almendrados y pintados, nariz
chata y boca pequeña con labios muy perfilados, lo que le confiere una
expresión ausente y un tanto melancólica. A diferencia de los modelos
montañesinos, el cabello prescinde de los abultados bucles rizados sobre la
frente para mostrar pequeños mechones filamentosos, de aspecto ondulante,
peinados hacia adelante y formando patillas afiladas.
Presenta una encarnación muy cuidada, con matices
sonrosados en mejillas y rodillas, ojos negros y penetrantes y cabello castaño.
La figura no reposa sobre una sofisticada peana barroca como suele ser
costumbre, sino sobre una sencilla plataforma cuadrangular decorada con
molduras doradas y superficies con fingimientos de vetas marmóreas. En las
manos y los pies presenta partes deterioradas por su manipulación, dejando al
aire la base de peltre. Se aprecian también pequeños arañazos en el cuerpo,
producidos por los alfileres utilizados en los cambios de vestido.
Esta imagen del Niño Jesús idealizado se encuadra dentro
del arte más amable del repertorio religioso barroco, muestra de lo que fue un
objeto de devoción y cuidados sobre la idea de la maternidad, un ejemplo del
prototipo andaluz que tanta proliferación tuvo por toda la geografía española,
e incluso en Hispanoamérica, orientado a mostrar, a través de una imagen con
altas dosis de ternura y melancolía, la inocencia de la infancia de quien había
nacido para morir sacrificado.
Informe y fotografías: J. M. Travieso.
NOTAS
1 MARCOS VILLÁN, Miguel Ángel. Niño
Jesús. Museo Nacional Colegio de San Gregorio: colección / collection.
Madrid, 2009, pp. 216-217.
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