19 LUCIFER
Anónimo, siglo XVIII.
Museo Nacional de Escultura,
Valladolid.
En Valladolid se conserva la curiosa escultura de
otro ángel, en este caso de un ángel caído, en el Museo Nacional de Escultura.
Se trata de una llamativa imagen tallada en madera policromada y en bulto
redondo, de 72 cm. de longitud, que fue elaborada en una época imprecisa del
siglo XVIII seguramente formando parte de una representación del arcángel San
Miguel victorioso, aunque el conjunto desgraciadamente no se ha conservado íntegro.
Por su peculiar iconografía, como símbolo de la
maldad, adquiere el valor representativo de mostrar cómo fue personificada la
figura del maligno con fines catequéticos, con una acentuada fealdad próxima a
lo grotesco y un ilustrativo furor del que los fieles quedaban a salvo bajo la
protección de San Miguel. Las representaciones antropomorfas de Lucifer, que
vinieron a sustituir a las formas monstruosas anteriores, se comenzaron a
expandir durante el Renacimiento haciendo alusión a su primigenia condición de
ángel caído, ofreciendo diversas variantes en una anatomía marcada por ciertas
deformidades y acompañada de alas y cuernos, generalmente con un gesto de
rebeldía y de derrota no aceptada.
Así aparece en esta escultura, donde el desconocido
escultor plasma en la imagen demoniaca un virtuoso estudio anatómico en
completa desnudez. Lucifer aparece representado como un brioso joven, de
complexión atlética, cuyo cuerpo se retuerce girando sobre sí mismo en un gesto
de desesperación. Como arrastrado por un torbellino, presenta sus piernas a
distintas alturas, los brazos en actitud de protegerse —en su mano izquierda sujeta la empuñadura de una espada— y la cabeza girada hacia
el espectador para mostrar un grito sordo que pone en tensión todos los
músculos faciales en un ejercicio de expresionismo.
La figura incorpora todos los matices necesarios
para su identificación con el mal, como las torpes alas insertadas en la
espalda, tan alejadas de aquellas tan suntuosas que adornan a los arcángeles, las uñas pintadas de negro, los pronunciados
cuernos de toro sobre la frente, las orejas puntiagudas, la calvicie ennegrecida, el
ceño fruncido, la nariz rota, una gran brecha sobre la frente y, sobre todo, la
enorme y desdentada boca abierta que sugiere un grito de dolor. Sus valores expresivos
quedan realzados con los matices de la policromía, en la que predominan los
tonos rojizos en alusión a las llamas del infierno.
La dinámica figura barroca, que supone el contrapunto a un
entorno de representaciones sacras devocionales, es especialmente significativa
en una ciudad donde todavía se recuerda entre la curiosidad y el temor la célebre
leyenda del "Sillón del diablo".
Informe y fotografías: J. M. Travieso.
Fin de la serie "Ángeles y demonios", repertorio iconográfico en Valladolid.
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