En otro capítulo ya nos referimos a la llegada a Valladolid, el 12 o 13 de mayo de 1603, de Pedro Pablo Rubens, máximo exponente de la pintura barroca europea y maestro por excelencia de la escuela flamenca en el siglo XVII. Llegaba desde Italia en calidad de embajador de la corte de Vicenzo Gonzaga, Duque de Mantua, después de desembarcar en el puerto de Alicante el 22 de abril de aquel año y recorrer durante veintiún días el trayecto hasta Valladolid, por entonces convertida en capital de la Corte, donde debía entregar al rey un lote de valiosos regalos, entre ellos la importante colección de pinturas que venía custodiando.
En Valladolid permaneció desde mayo hasta pasados
los meses de verano de 1603 y a la vera del Pisuerga elaboró importantes cuadros
que fueron adquiridos por destacados cortesanos, entre ellos el Retrato ecuestre del Duque de Lerma,
verdadera joya que conserva el Museo del Prado, y los filósofos Demócrito y Heráclito, actualmente en
los fondos del Museo Nacional de Escultura, así como una serie de retratos de
damas españolas destinados a la Galería de Bellezas del Duque de Mantua, hoy en
paradero desconocido.
Laumosnier. Tratado de los Pirineos de Felipe IV y Luis XIV. Museo de Tessé. |
En 1660, casi sesenta años después, de nuevo pisaría
las calles vallisoletanas un destacado maestro de la pintura universal, el
sevillano Diego Rodríguez de Silva y Velázquez, el mejor pintor del barroco
español. La noticia fue dada a conocer por el pintor e historiador José Martí y
Monsó en sus Estudios Histórico-Artísticos1,
publicados en Valladolid en 1898-1901, después de transcribir una carta
autógrafa del pintor sevillano que se había conservado en el Archivo del
Colegio de Niñas Huérfanas de Valladolid, que está dirigida al fundador de aquella
institución benéfica, el prestigioso pintor vallisoletano Diego Valentín Díaz,
con el que, según se deduce del escrito, había entablado una relación de
amistad.
Las circunstancias en que se produjo la llegada de
Velázquez a Valladolid estuvieron vinculadas a un hecho histórico que devino en
un regio enlace matrimonial. En noviembre de 1659 se había firmado entre Luis
XIV de Francia y Felipe IV de España el Tratado de los Pirineos en la Isla de
los Faisanes, tras negociaciones llevadas a cabo por el cardenal Giulio
Mazarino, al servicio de la corona francesa como sucesor del cardenal Richelieu,
y el vallisoletano don Luis de Haro, III duque de Olivares, general y político
español. Entre los acuerdos firmados figuraba la concesión a Luis XIV de la
mano de la infanta María Teresa de Austria, hija de Felipe IV.
En enero de 1660 el Concejo de Valladolid era
informado de que el rey y su séquito visitarían la ciudad, a la ida o a la
vuelta, en el viaje previsto desde Madrid a Fuenterrabía para hacer entrega al Rey
Sol de la prometida infanta María Teresa, cuyo enlace real estaba previsto en junio
de 1660 y en cuya preparación participó Velázquez en su condición de
aposentador mayor de palacio, ya que por entonces compaginaba sus tareas
pictóricas con distintos cargos en la corte.
Para recibir al monarca y celebrar tan sonado enlace en su ciudad natal, pues Felipe IV había nacido en Valladolid el 8 de abril de
1605, se organizaron grandes festejos con la intención de que fueran los
mejores que el rey encontrara en las celebraciones del enlace de su hija con el
rey francés. Tras la propuesta de varios regidores, se eligió el programa
sugerido por Francisco Díaz Urtado, que incluía una comedia en el Salón del
Palacio Real, fuegos artificiales en el Palacio de la Ribera y en la Corredera
de San Pablo, luminarias por las calles, juegos de cañas y corridas de toros en
la Plaza Mayor, una de las cuales, buscando la originalidad, se decidió que
fuese acuática, para lo que se acondicionó en el Palacio de la Ribera de la
Huerta del Rey un despeñadero o rampa
por el que los toros caerían hasta las aguas del Pisuerga para allí ser
toreados desde cuatro grandes barcazas elaboradas para tal fin.
Sin embargo, la ciudad vivía por entonces un proceso
de decadencia desde que muchos años antes la capitalidad regresara a Madrid,
siendo escasos los recursos municipales para acometer los gastos de aquellos
festejos, por lo que hubo que recurrir a solicitar al rey un anticipo de 30.000
ducados sobre la futura recaudación de sisas, tarea llevada a cabo en Madrid
por Alonso Neli de Ribadeneira.
En los preparativos de los juegos de cañas se
dispuso que los trajes no fueran los habituales de capa y gorra, sino libreas
de tafetán doble forrado con velillo y que a cada lado las cuadrillas se
acompañaran de cuatro reposteros con trajes de terciopelo carmesí con las armas
bordadas de la ciudad. Asimismo, los encargados de hacer sonar las trompas,
clarines y atabales debían llevar vestidos con cuarterones en rojo y plata. Los
colores de los caballeros se elegiría por sorteo, después de que las dos
cuadrillas de la Ciudad eligieran los suyos en virtud de un antiguo privilegio.
Para las corridas de toros en la Plaza Mayor se pintaron todas las fachadas y
se doraron los balcones, estableciendo el Ayuntamiento el precio según su
altura y según fueran de sol o sombra. Para la corrida acuática se engalanaron
las galeras sobre el Pisuerga a la espera de que el monarca y su séquito
hicieran acto de presencia. En cuanto a la representación de comedias primero
se intentó la puesta en escena de los Autos
Sacramentales de Pedro Calderón de la Barca, aunque finalmente se recurrió
a una comedia de capa y espada cuyo título y autor desconocemos.
Despeño de los toros en el Palacio de la Ribera. Dibujo de Ventura Pérez coloreado. |
Preparada la ciudad para la celebración de aquellos
fastos que tanta expectación causaron, a mediados de junio de 1660 llegaron
noticias de que el rey se aproximaba a Valladolid tras haber asistido en
Fuenterrabía a la solemne entrega de su hija María Teresa a Luis XIV. Todo
estaba preparado, la comedia suficientemente ensayada, las calles recién
adoquinadas y limpias, las luminarias y hachones dispuestos en las calles, las
armas de la ciudad, con picas y mosquetes, colocadas ante la fachada del
convento de San Francisco en la Plaza Mayor, dispuesta la mascarada de gala organizada
por los gremios y los nobles preparados para participar en los espectáculos.
El rey hacía su entrada en Valladolid a las nueve de
la mañana del día 18 de junio de 1660, figurando el pintor Velázquez entre su
séquito. La comitiva se dirigió al Palacio Real, iniciándose aquella misma
tarde el programa de festejos. A las cinco el rey y los cortesanos contemplaron
desde el mirador del Palacio de la Ribera el despeño y toreo de los toros,
asistiendo a una sesión de fuegos artificiales sobre el río al anochecer. Al
día siguiente tuvo lugar en la Plaza Mayor una memorable sesión de toros y
cañas, cuyos lances, suertes, braveza y vestuario llegaron a impresionar al
pintor sevillano, según lo manifiesta en una carta escrita posteriormente desde
Madrid.
Pasados cuatro días de memorables festejos, a las
cinco de la mañana del día 22 de junio, tanto Velázquez como Felipe IV partían
para Madrid, siendo acompañados por los Comisarios de la Ciudad hasta
Valdestillas, donde se produjo la despedida.
Durante aquella estancia en Valladolid, Velázquez
tuvo la ocasión de reunirse con el pintor vallisoletano Diego Valentín Díaz, al
que tiempo atrás había conocido en la corte madrileña y que también había
mantenido buenas relaciones con Francisco Pacheco, maestro y suegro de Velázquez,
estrechándose en tal ocasión las relaciones entre ambos pintores. Velázquez, en
la carta que le dirige el 3 de julio de 1660, verdadero certificado de su
presencia en Valladolid, se mostró agradecido por las atenciones recibidas por
parte de doña María de la Calzada, tercera esposa de Diego Valentín Díaz, lo
que hace pensar que durante su estancia en Valladolid pudiera haber estado
aposentado en su casa, situada frente a la iglesia de San Lorenzo, en los
terrenos actualmente ocupados por el monasterio de Santa Ana.
Esta es la transcripción literal de la carta firmada
por Velázquez y dirigida a Diego Valentín Díaz (Archivo del Ayuntamiento)2:
Señor mío
holgare mucho halle esta a V. m. con
la buena salud
que le deseo y asimismo a mi Sra.
Doña María. yo
Sr. llegué a esta Corte sábado a
el amanecer 26
de Junio cansado de caminar
de noche y
trabajar de día pero con salud y gra-
cias a Dios
hallé mi casa con ella. S. M. llegó
el mismo día y
la Reina le salió a recivir a
la Casa del
Campo y desde allí fueron a Ntra. Sra.
de Atocha. La
Reina está muy linda y el prín-
cipe nº Sr. el
miércoles pasado hubo toros
en la plaza
mayor pero sin cavalleros con que
fue una fiesta
simple y nos acordamos de la
de Valladolid.
V. m. me avise de su salud y
de la de mi
Doña María y me mande
en que le
sirva que siempre me tendra muy
suio, a el
amigo Tomas de Peñas de V. m. de
mi parte
muchos recados que como io andube
tan ocupado y
me bine tan de prisa no le pude
ver. por aca
no ay cosa de que poder abisar
a V. m. sino
que Dios me le guarde muchos años
como desseo.
Madrid y Jullio 3 de 1660
d. V. m.
q. s. m. b.
Diego de Silva
Velazquez
Sr. Diego
Valentín Díaz.
Esta carta tiene un gran valor documental, no sólo
por testimoniar la presencia de Velázquez en Valladolid, sino también porque el
gran maestro moría en Madrid a los 61 años el 6 de agosto de 1660, apenas
pasado un mes de realizar este escrito, mientras que el pintor vallisoletano
destinatario fallecía a los 74 años de edad el 1 de diciembre de aquel mismo año.
Informe y tratamiento de las ilustraciones: J.
M. Travieso.
NOTAS
1 MARTÍ Y MONSÓ, José. Estudios
Histórico-Artísticos relativos principalmente a Valladolid. Valladolid,
1898-1901, pp. 31-36.
2 Ibídem.
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