SAN BRUNO DE
COLONIA
Juan
Martínez Montañés (Alcalá la Real, Jaén, 1568 - Sevilla, 1649)
1634
Madera
policromada
Museo de
Bellas Artes, Sevilla
Escultura
barroca española. Escuela sevillana.
San Bruno nació hacia el año 1030 en la ciudad de
Colonia, por entonces perteneciente al Sacro Imperio Romano Germánico. Tras
realizar sus estudios en Reims, ejerció como canónigo en la catedral de la
ciudad, llegando a rechazar sus posibilidades de ser nombrado obispo de aquella
sede, pues allí manifestó su predilección por la vida monástica, especialmente
por la vida eremítica y solitaria. Tras desplazarse a tierras de Grenoble,
junto a los Alpes, atraído por la santidad del obispo Hugo, este recibió paternalmente
a Bruno y sus seis compañeros. Allí San Bruno fundaba una Orden de la que ellos
serían los primeros monjes, motivo por el que en el escudo de la misma hicieron
figurar siete estrellas. Acto seguido los condujo a las montañas de Chartreuse,
un lugar solitario en el que iniciaron una vida ascética como monjes de la
Sagrada Orden Eremítica de la Cartuja, nombre derivado del territorio francés
de Chartreuse, caracterizándose su vida ascética en comunidad por el rigor, el
frío, la soledad y el silencio.
Tras ser llamado a Roma en 1090 por el papa Urbano
II, su antiguo alumno en Reims, con el que ejerció como consejero respecto a la
Reforma Gregoriana, obtuvo el permiso papal para regresar a la vida eremítica,
aunque la petición del pontífice de que no abandonara el territorio italiano le
llevó a retirarse a la región de Calabria, donde realizaría como segunda
fundación el eremitorio de Santa María de la Torre. San Bruno, impulsor del
eremitismo como vía de santidad, murió en 1101, aunque no fue canonizado hasta
1623 por el papa Gregorio XV.
Fue precisamente su canonización el hecho que
estimuló en el siglo XVII la demanda de representaciones plásticas del santo
fundador desde todas las cartujas europeas, dando lugar en España a la
realización de notables pinturas y esculturas barrocas, siendo especialmente
reseñables entre estas últimas la que hiciera Juan Martínez Montañés en 1634
para la sevillana Cartuja de Santa María de las Cuevas; la encargada a Gregorio
Fernández y realizada por un discípulo hacia 1637, tras la muerte del maestro
gallego, para la Cartuja de Santa María de Aniago, en el término vallisoletano
de Villanueva de Duero, actualmente en el Museo Nacional de Escultura; las
versiones del portugués Manuel Pereira para la Cartuja de Miraflores de Burgos,
realizada en 1635 en madera policromada, y la labrada en piedra en 1652 para la
fachada de la hospedería del convento de El Paular, de la calle de Alcalá de
Madrid, hoy recogida en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Otras
obras barrocas se continuaron en el siglo XVIII, siendo buen ejemplo, por citar
alguna, la apasionada talla realizada por José de Mora hacia 1712 para la Sala
Capitular de la Cartuja de la Asunción de Granada.
En todas ellas, como opina Manuel Gómez Moreno,
"cada escultor nos ha dejado su versión personal del austero fundador de
la Cartuja, que para unos es un asceta y para otros un místico".
La primera obra maestra de escultura barroca
representando al santo fundador de la Orden Cartuja se debe a Juan Martínez
Montañés, realizada en 1634 en madera policromada con motivo de la renovación
de la capilla de San Bruno, en el claustro de San Miguel de la Cartuja de Santa
María de las Cuevas de Sevilla, obra que actualmente se conserva y expone en el
Museo de Bellas Artes de la ciudad hispalense.
Sorprende la maestría de Martínez Montañés, que
por entonces contaba 66 años, para recrear la imagen del santo a tamaño natural
y ajustando inteligentemente sus valores plásticos a los principios ascéticos
de la devoción y la austeridad de la vida en la cartuja, entregada a la soledad
y el silencio. El santo aparece representado de pie, vistiendo el sobrio y
holgado hábito blanco de la comunidad, en la modalidad de cogulla, con la parte
frontal y la dorsal del escapulario unidas por una banda ancha de la misma tela
y color. El tejido cae en forma de ampulosos y suaves pliegues verticales que
determinan el admirable equilibrio volumétrico, reforzando su naturalismo con
la reducción a finas láminas talladas de los bordes del escapulario, de las
bandas que lo unen, de los extremos de las mangas —que dejan ver puños
abotonados— y de los pliegues de la capucha, consiguiendo simular un tejido
real de gran reciedumbre.
Con gran ingenio compositivo, la contención de la
figura se rompe con la curvatura de la rodilla derecha flexionada, lo que le
confiere una elegante posición clásica de contrapposto que aumenta su serenidad
y equilibrio, estableciendo un efectista contrapunto entre el brazo izquierdo
colocado hacia abajo y sujetando el Libro de las Constituciones de la Orden por
él fundada, y el brazo derecho levantado para sujetar una cruz a la que dirige
su mirada girando ligeramente su cabeza.
La búsqueda de un fuerte naturalismo, procurando
esculturas de carne y hueso, se aprecia especialmente en la talla de las manos
y, sobre todo, en la magnífica cabeza tonsurada, con un rostro afilado que
presenta cejas rectas, grandes ojos con los párpados minuciosamente detallados,
la boca con carnosos labios y comisuras bien perfiladas, así como arrugas junto
a las mejillas y en la frente para definir su edad madura, incluyendo matices
realistas en las venas del cuello. Todo ello contribuye a conseguir una
extraordinaria fuerza expresiva, tremendamente emotiva, cargada de
espiritualidad y elegancia clásica, cuya serenidad y mesura gestual tienen como
finalidad tocar la fibra sensible del espectador, aunque sin recurrir a los
recursos dramáticos que por la misma época caracterizaba la escultura
castellana, con Gregorio Fernández al frente. Esta escultura permite apreciar
el sereno equilibrio conseguido por Martínez Montañés entre la materia y la
forma, entre la idea y su representación.
Su aspecto hiperrealista queda realzado por una
cuidada policromía mate —recurso aconsejado por Pacheco para conseguir un
efecto más natural— contratada por 1500 reales con un pintor desconocido, que
en la carnación de la cabeza se esmera en pintar pelo a pelo el cráneo rapado,
la incipiente barba y el bigote, un tratamiento que contrasta con el blanco
liso y matizado del hábito y sus efectos de claroscuro, habiéndose comprobado
en la última restauración que el hábito conserva bajo la capa blanca el oro
subyacente, oro que también aflora en el libro encuadernado que porta, decorado
con esgrafiados en los que destaca una orla con motivos florales.
En su conjunto, la escultura muestra una sencillez y
una austeridad formal que se traduce en una muestra de realismo barroco,
cargado de misticismo, concebida para estimular la meditación en silencio,
según la norma cartujana que el santo representa. Como aprecia Gómez Moreno, la
obra fue realizada tras unos años críticos en que Martínez Montañés elaboró una
escasa producción, pero que supo rehacerse para crear nuevas obras maestras en
las que desaparecen los restos de su formación clásica para lanzarse a la búsqueda
decidida del mayor realismo, efecto apreciable sobre todo en el trabajo de la
cabeza, anhelante y cargada de pasión intelectual, en la que desaparecen los
rasgos del convencionalismo clásico que aún afloran en su etapa de madurez.
Obras como esta sitúan a Martínez Montañés como el
más destacado escultor de la escuela barroca sevillana —le siguen apodando
"el dios de la madera"—, que evoluciona desde el naturalismo
protobarroco montañesino al fuerte realismo del cordobés Juan de Mesa, el mejor
de sus discípulos.
Informe: J. M. Travieso.
Fotografías propias y tomadas de la red.
BIBLIOGRAFÍA
CEÁN BERMÚDEZ, Juan Agustín: Diccionario histórico de los más ilustres
profesores de las Bellas Artes en España, T. III. 1800, pp.84-91, Real Academia
de San Fernando, Madrid.
ESTELLA, Margarita y otros: El arte en la época de Calderón. Catálogo
exposición celebrada en el Palacio Velázquez del Parque del Retiro, Ministerio
de Cultura, Madrid, 1981, pp. 114-115.
GÓMEZ MORENO, Manuel: La Gran Época de la Escultura Española. Ed.
Noguer, Barcelona, 1964.
GÓMEZ MORENO, María Elena: La Escultura del siglo XVII. Ars Hispaniae,
Ed. Plus-Ultra, Madrid, 1963, p. 162.
HERNÁNDEZ DÍAZ, José: Juan Martínez Montañés: el Lisipo andaluz
(1568-1649). Colección Arte Hispalense nº 10, Diputación de Sevilla, 1992,
p.92.* BIBLIOGRAFÍA
Juan Martínez Montañés. San Bruno, 1634 Museo de Bellas Artes, Sevilla |
SÁNCHEZ-MESA MARTÍN, Domingo: El arte del Barroco. Historia del Arte
en Andalucía, vol. VII, Ed. Gever, Sevilla, 1998, p. 183.
VV. AA.: La Escultura en Andalucía. Siglos XV-XVIII. Catálogo
exposición Ministerio de Cultura, Museo Nacional de Escultura, Valladolid,
1984, pp. 40-44.
Seguidor de Gregorio Fernández. San Bruno, h. 1637 Museo Nacional de Escultura, Valladolid |
Manuel Pereira Izda: San Bruno, 1652, Real Academia de BBAA de San Fernando, Madrid Dcha: San Bruno, 1635, Cartuja de Miraflores, Burgos |
José de Mora. San Bruno, h. 1712, Cartuja de la Asunción, Granada |
* * * * *
No hay comentarios:
Publicar un comentario